Esta sería una buena película para
creer y soñar. De esas que llenan las salas. De las que se disfrutan con
canchita y coca-cola heladita, sin que nadie te joda. Esta sería la clásica
comedia romántica que a muchos encandila y engaña. Sus nobles protagonistas –
varios, pero bien definidos – se lo merecerían. La historia de un porteño, nacido
en la provincia de Tapiales, que tuvo la diosa fortuna darle la clasificación
al mundial de mil novecientos ochenta y seis, pero que un aciago día el narizón
Bilardo lo dejaría fuera de los convocados para ir a México, y que a la postre regresarían
con la copa dorada de dieciocho quilates.
Ricardo Alberto Gareca Nardi, o simplemente
el tigre Gareca, levantado las manos jubilosas, buscando los vientos de
triunfo, en una cancha hecha para intimidar, los ojos inundados de dicha e
incredulidad, pero sobre todo, de venganza. Sí; sería una historia que la escucharían
sus nietos y bisnietos.
A Edison Michael Flores Peralta,
seguramente le arreglarían alguna simpática historia relacionada la vergüenza e
indignación de tener que cargar con el apodo de “oreja”. Algo parecido le
tocaría a los Christian Cueva, Yoshimar Yotún o André Carrillo. Pero, si de
historias relacionadas a jugadorasos, nunca tendrían que faltar las aventuras
de Paolin y de la foquita. Relaciones a montones. Bataclanas descocadas, con la
fotito en el muro del arrocinante facebook y las declaraciones expuestas en la
caja boba. Firmes, trampas, viajes, cuernos. Muchos culos, muchas tetas y un
largo etcétera de esas cochinaditas que tanto encanta al gentío. La cosa
vendría surtidita cocherita.
¿El villano? De todas maneras el
equipo contrario. El equipo argentino en conjunto. Messi y toda su banda de
atorrantes. Respaldados por una larga lista de infames precedentes; donde la patada artera del miserable Julián Camino a Franco Navarro, se alzaría como la evidencia
más perturbadora que la historia mostrara entre Argentina y Perú.
Si esta fuera una película americana,
seguro que el Perú empezaría perdiendo hasta los setenta minutos, pero pronto
vendría el empate del defensa peruano Rodriguez – el empate sería mitad del
boleto hacia Rusia - , y cuando todo pareciera que Argentina terminaría
anotando su segundo gol, aparecería él: “el guerrero”. El pitaso final dejaría
a la bombonera hecha un recinto fantasmal, que luego de unos segundos
despellejaría al pelado de Sampaoli y a la AFA entera.
Aquí, en mi sufrido Perú sería
algo inenarrable , apoteósico, pletórico. En ese preciso instante el país sería
otro sin lugar a dudas; se desvanecería el tema de los profesores, el indulto a
Fujimori, la náusea del congreso y sus nefastos huéspedes, la flema de PPK,
etc. Nada podría con el futbol. Nacerían los santos del mañana y florecería una
moda de querer aprender hablar el Ruso. ¡Que nos vamos a ocupar de Toledo y de
Odebrecht! que se vaya a la mierda Keiko, Elidio, las pistas hechas escombros,
el alza de pasajes, la contaminación de las mineras, el cambio climático, el frío, el calor, la lluvia, el niño, la niña, los terremotos ¿qué carajo importa
todo eso? ¡Perú está otra vez en un mundial!
Pero esta no es una película americana, donde los buenos siempre ganan. Lo más probable es que Argentina
nos dé una soberana paliza. Ojala no por goleada, por favor taitito! La
bombonera estallando de júbilo con si cielo lleno de papelitos celeste y
blancos. Mucho grito; mucha bulla. Messi otra vez el mejor del mundo y su
selección los campeones de todo, sobre todo de su conocida arrogancia.
Por aquí tratando de maquillar la
desilusión con un aliento de esperanza. Esos diarios del seis de octubre: ¡Gracias
muchachos! ¡Todavía podemos! ¡matemáticamente…! La canonización del tigre,
descontada claro que sí; nacionalidad ya!
Está no será una película de
Estados Unidos. Será la vida misma. El desbarrancamiento de una ilusión
nacional; el amargo sorbo de la derrota; la triste tarea de levantarnos para
empezar la preparación de soñar cuatro años más. La moraleja que no será vista
al final del partido. Si Perú se regresa sin nada de Argentina, seguro pasará
sin ser tomada en cuenta. La dolorosa alegoría que significaría este descalabro,
que podría demostrarnos que todos los caminos están repletos de caídas y
levantadas, que todo es cíclico y que ya estamos acostumbrados porque nacimos
para esto, no será atendida.
De todos los peruanos yo tendría que
ser el menos afectado. Nunca pensé que el futbol peruano pudiera cercarse tanto
a tierras caucásicas. Siempre aposté en contra de Perú porque considero que
esto que llaman futbol peruano, no es tal, y que todo es un asunto de los diarios
deportivos para tener que vender sus viles patrañas, sus desquiciantes mentiras. Sin
embargo voy a esperar el partido. Y voy a querer que Perú gane. Que otra vez
vayamos al mundial. Por el único motivo de ver a mi querido Sergio llorar de la
emoción. No conozco a nadie más hincha de Perú que mi sobrino. Quizás por él
llegué a odiar al equipo peruano. Por todas las desilusiones que ocasionaron en
él. Por todas las veces que lo vi callado, avergonzado luego que su equipo
perdía, y yo sin poder hacer nada para borrarle tan hondo pesar. Por eso
abrazaré la esperanza de una victoria, por eso, esta tarde seré uno de ellos,
uno de los treinta y pico millones de peruanos que creen que finalmente triunfaremos.
Lo que suceda luego será para reflexionar en otro momento. Al fin y al cabo
nada detendrá a la interminable inoperancia de los gobernantes, la delincuencia
de las calles, la basura desperdigada en las veredas y parques, el inevitable destino
de nuestro planeta, la llegada de las estúpidas navidades, el emborrachamiento
del fin de año, la espera del miserable de Jorge Mario Bergoglio y la patética
reverencia de la hipocresía peruana.
En pocas horas se volverá a
escribir en el maltrecho libro de hazañas y caídas de nuestra selección. Ojala
esta vez sí pueda ver llorar a mi sobrino, pero esta vez que sea de felicidad. Esta vez quiero
llorar con él. Aprovechar el momento catártico de un triunfo peruano para soliviantar
a los míos con una mirada de complicidad o con esa palabra que fortalece las
dentruras nobles de los que amo. ¡Vamos Perú, no te chupes! Alegría mi cholo. En
mi abrazo estarán todos mis corazones; los que son y los que murieron. Allí
estaré para ser más felices. Con la alegría de mi pequeña mujercita que hoy más
que nunca me sustenta y me da la vida. ¡Vamos peruanos que esta vez sí se puede!