miércoles, 24 de diciembre de 2014

My Fuck Christmas

Miércoles 24 de diciembre del 2014. El hondo estiramiento corporal que me procuré, tratando de expulsar mi conocida pereza prenavideña, resultó como todos los años: un fracaso.

Ni modo. Otro final de año teniendo que sobrellevar las disparatadas manifestaciones de mis cercanos semejantes adoptando sus roles monótonos, proyectando sus deleznables alegrías, perpetuando esta atosigante festividad a la que yo llamo: la “Fiesta de lo absurdo”; aunque también le queda bien: “El festejo a la huachafería” o “El imperio de la injusticia”.

Para muestra un botón. Ayer, obligado por una de las muchas e inexorables cuotas crediticias que me tienen cogido de los huevos, tuve que apersonarme a ese insufrible establecimiento llamado Mall aventura plaza, a ese que el gentío mal llama: “el mol” – a propósito vale señalar que el vocablo mall significa centro comercial y que en Trujillo, hasta esta fecha, existen tres malls, a saber: el Mall aventura plaza, el Real plaza y el Open plaza –

Era alrededor de la veintiuna hora cuando traté de ingresar al Mall Aventura, por el lado de Ripley. El parsimonioso tráfico que me recibió en sus inmediaciones me fue preparando para lo que resultó siendo una aterradora visita.

Para empezar, faltando seis automóviles, de adentro del centro comercial, un escuálido empleado salió visiblemente fastidiado para desviar nuestra cola de ingreso. Desde afuera se podía observar que aquella playa de estacionamiento, generalmente autosuficiente, se había quedado chica frente a las prisas de la estupidez. Sin embargo no me avasalló la frustración. Dentro de mi absorta contemplación una sedante elucubración – la de no verme apretujado por el ciego consumismo – comenzó a tranquilizarme el trayecto. Pero por esas sinrazones que tengo en la cabeza intenté probar suerte por otra puerta.
La cola avanzaba con moderada secuencia. Tras los vidrios de los autos atosigados, se apreciaban las caritas infantiles llenandose de inocente felicidad. La voz distorsionada pero autoritaria de un patrullero intentaba abrirse paso ante la abochornante indiferencia de los choferes particulares. Yo mientras tanto me disponía a batallar con todo aquello que adentro seguramente me iba a encontrar.
Las taladrantes estrofas de los inclementes villancicos se mezclaban en el espacio. Familias enteras habían tomado por asalto todas las tiendas. En los temáticos corredores –esos que nunca puedo memorizar – las bullas desquiciantes de los infantes advierten los juegos puestos en marcha, sin la más mínima consideración de parte de sus inefables progenitores.

Se me antojó vaciar la vejiga. Dentro de los baños, frente a los largos espejos, un puñado de adolescentes se esmeraba humedeciendo sus crestas, antes de seguir su recorrido a lado de sus descocadas churrupacas, las mismas que a la sazón, les esperaban revisando sus dispositivos electrónicos o haciéndose selfies delante de las alienantes decoraciones.
Ya dentro de la tienda, las resignaciones de los padres curtidos contrastaban con los aires de grandeza de sus ventrudas esposas. Las uniones que no pasaban la década de relación, parejas de no más de cuarenta años, escrutaban las características de la mercadería procurando el máximo de notoriedad pues llevan clavadas en el encéfalo la patética fantasía de lograr ser los más afortunado, los que mejor la están pasando, despilfarrando un dinero que echarán de menos luego de treinta días, cuando la fiebre que acarrea las navidades se haya cruelmente evaporado.

Y allí estaba yo. Reflexivo. Esperando que la “negris” por fin apareciera. Fue así que decidí formar una de las tantas colas que obstruían el libre tránsito. Entonces observé la mirada perdida de una mujer que se hundía en los billetes entregados al dependiente, el trasero de una voluptuosa fulana, el rictus inquietante de un mocoso asiendo un juguete que más tarde le fue negado, la imagen de mi salida desquiciada, el fastidio de los clientes reclamantes en el área de plataforma, las tetas de la fulana anterior, el berreo de un crio en brazos, los importes de una deuda que ya ni entiendo…sumergido en las aletargantes profundidades de aquel funesto padecimiento descendí una vez más a las oscuras mazmorras de mi recurrente malditismo ¿Cuándo dejaremos de ser quiénes somos? Al menos en este punto. Desde el Estado debiera salir, en una señal encadenada, la necesaria indicación que, tanto Metro, cuanto Vea y Wong son simplemente MERCADOS, o si quieren ¡Supermercados! De la misma manera que los malls son sólo centros comerciales. Entiendan de una puta vez. No son áreas de esparcimiento, no son parques ni teatros. No necesitan ataviarse con sus mejores trapos – que por lo demás son de pésimo gusto -, por humanidad: NO LLEVEN A SUS VÁSTAGOS! Peor si están malcriados. Obviamente sus tozudos concurrentes no tienen idea del pobre espectáculo que dan ni de la manera que degradan la imagen de la inmensa minoría que sólo vamos a esos lugares de paso, porque precisamente fueron hechos para usarlos de paso, jamás para pasar el fin de semana. De todo lo que vi y encontré, en ese mercado chino que resulta ser realmente el Mall aventura plaza, fue el saludo y presencia de mi gran pupilo y secuaz Ricardo Marruffo, que gran amigo carajo!

A estas bajuras ya se habrán dado cuenta que soy el peor de los acompañantes para tramitar estas fechas. Sigo aborreciendo estos días donde la cruel indiferencia se hace más patente. Época en que las apariencias económicas se imponen a las crudas realidades. En la que nada tienen que ver los niños que a la larga continuarán perennizando esta mediocre idiosincrasia del consumismo avasallante. Donde el nacimiento de un cuestionable personaje es el perfecto pretexto para vivir la ficción de una redonda y evasiva prosperidad. Donde las carencias de los que nada tienen, nada tienen que ver con nosotros que sí tenemos. En donde el requisito del gozo obliga a poner sobre la mesa un pavo, los panetones de la propaganda, la champaña bien helada que nos haga olvidar el suplicio de ingerirnos un chocolate caliente en pleno verano. Claro. Allá esos que no tienen para semejantes lujos. Que consigan un pedazo de pollo si no tienen. Que se las arreglen con dos soles de pan frío. Que hagan sus cachangas y que les sirvan a sus hijos menesterosos; a esos hijos que se deberán conformar con el juguetito tóxico del ambulante inescrupuloso. ¿Y si no tienen ni para eso? Que nos importa ¡Que se jodan!

Seguramente más tarde me desearan la feliz navidad, llena de sinceridad o porque así lo manda la costumbre. Por mi parte, seré retributivo. Extenderé, como lo hago todos los días del año, mis deseos de paz y salud a las personas que amo. ¡Felicidades, y dignidad sobre todas las cosas, hermanos discriminados!

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