jueves, 5 de octubre de 2017

Para mi cholo



Esta sería una buena película para creer y soñar. De esas que llenan las salas. De las que se disfrutan con canchita y coca-cola heladita, sin que nadie te joda. Esta sería la clásica comedia romántica que a muchos encandila y engaña. Sus nobles protagonistas – varios, pero bien definidos – se lo merecerían. La historia de un porteño, nacido en la provincia de Tapiales, que tuvo la diosa fortuna darle la clasificación al mundial de mil novecientos ochenta y seis, pero que un aciago día el narizón Bilardo lo dejaría fuera de los convocados para ir a México, y que a la postre regresarían con la copa dorada de dieciocho quilates.
Ricardo Alberto Gareca Nardi, o simplemente el tigre Gareca, levantado las manos jubilosas, buscando los vientos de triunfo, en una cancha hecha para intimidar, los ojos inundados de dicha e incredulidad, pero sobre todo, de venganza. Sí; sería una historia que la escucharían sus nietos y bisnietos.
A Edison Michael Flores Peralta, seguramente le arreglarían alguna simpática historia relacionada la vergüenza e indignación de tener que cargar con el apodo de “oreja”. Algo parecido le tocaría a los Christian Cueva, Yoshimar Yotún o André Carrillo. Pero, si de historias relacionadas a jugadorasos, nunca tendrían que faltar las aventuras de Paolin y de la foquita. Relaciones a montones. Bataclanas descocadas, con la fotito en el muro del arrocinante facebook y las declaraciones expuestas en la caja boba. Firmes, trampas, viajes, cuernos. Muchos culos, muchas tetas y un largo etcétera de esas cochinaditas que tanto encanta al gentío. La cosa vendría surtidita cocherita.
¿El villano? De todas maneras el equipo contrario. El equipo argentino en conjunto. Messi y toda su banda de atorrantes. Respaldados por una larga lista de infames precedentes; donde la patada artera del miserable Julián Camino a Franco Navarro, se alzaría como la evidencia más perturbadora que la historia mostrara entre Argentina y Perú.
Si esta fuera una película americana, seguro que el Perú empezaría perdiendo hasta los setenta minutos, pero pronto vendría el empate del defensa peruano Rodriguez – el empate sería mitad del boleto hacia Rusia - , y cuando todo pareciera que Argentina terminaría anotando su segundo gol, aparecería él: “el guerrero”. El pitaso final dejaría a la bombonera hecha un recinto fantasmal, que luego de unos segundos despellejaría al pelado de Sampaoli y a la AFA entera.
Aquí, en mi sufrido Perú sería algo inenarrable , apoteósico, pletórico. En ese preciso instante el país sería otro sin lugar a dudas; se desvanecería el tema de los profesores, el indulto a Fujimori, la náusea del congreso y sus nefastos huéspedes, la flema de PPK, etc. Nada podría con el futbol. Nacerían los santos del mañana y florecería una moda de querer aprender hablar el Ruso. ¡Que nos vamos a ocupar de Toledo y de Odebrecht! que se vaya a la mierda Keiko, Elidio, las pistas hechas escombros, el alza de pasajes, la contaminación de las mineras, el cambio climático, el frío, el calor, la lluvia, el niño, la niña, los terremotos ¿qué carajo importa todo eso? ¡Perú está otra vez en un mundial!
Pero esta no es una película americana, donde los buenos siempre ganan. Lo más probable es que Argentina nos dé una soberana paliza. Ojala no por goleada, por favor taitito! La bombonera estallando de júbilo con si cielo lleno de papelitos celeste y blancos. Mucho grito; mucha bulla. Messi otra vez el mejor del mundo y su selección los campeones de todo, sobre todo de su conocida arrogancia.
Por aquí tratando de maquillar la desilusión con un aliento de esperanza. Esos diarios del seis de octubre: ¡Gracias muchachos! ¡Todavía podemos! ¡matemáticamente…! La canonización del tigre, descontada claro que sí; nacionalidad ya!
Está no será una película de Estados Unidos. Será la vida misma. El desbarrancamiento de una ilusión nacional; el amargo sorbo de la derrota; la triste tarea de levantarnos para empezar la preparación de soñar cuatro años más. La moraleja que no será vista al final del partido. Si Perú se regresa sin nada de Argentina, seguro pasará sin ser tomada en cuenta. La dolorosa alegoría que significaría este descalabro, que podría demostrarnos que todos los caminos están repletos de caídas y levantadas, que todo es cíclico y que ya estamos acostumbrados porque nacimos para esto, no será atendida.
De todos los peruanos yo tendría que ser el menos afectado. Nunca pensé que el futbol peruano pudiera cercarse tanto a tierras caucásicas. Siempre aposté en contra de Perú porque considero que esto que llaman futbol peruano, no es tal, y que todo es un asunto de los diarios deportivos para tener que vender sus viles patrañas, sus desquiciantes mentiras. Sin embargo voy a esperar el partido. Y voy a querer que Perú gane. Que otra vez vayamos al mundial. Por el único motivo de ver a mi querido Sergio llorar de la emoción. No conozco a nadie más hincha de Perú que mi sobrino. Quizás por él llegué a odiar al equipo peruano. Por todas las desilusiones que ocasionaron en él. Por todas las veces que lo vi callado, avergonzado luego que su equipo perdía, y yo sin poder hacer nada para borrarle tan hondo pesar. Por eso abrazaré la esperanza de una victoria, por eso, esta tarde seré uno de ellos, uno de los treinta y pico millones de peruanos que creen que finalmente triunfaremos. Lo que suceda luego será para reflexionar en otro momento. Al fin y al cabo nada detendrá a la interminable inoperancia de los gobernantes, la delincuencia de las calles, la basura desperdigada en las veredas y parques, el inevitable destino de nuestro planeta, la llegada de las estúpidas navidades, el emborrachamiento del fin de año, la espera del miserable de Jorge Mario Bergoglio y la patética reverencia de la hipocresía peruana.


En pocas horas se volverá a escribir en el maltrecho libro de hazañas y caídas de nuestra selección. Ojala esta vez sí pueda ver llorar a mi sobrino, pero esta vez que sea de felicidad. Esta vez quiero llorar con él. Aprovechar el momento catártico de un triunfo peruano para soliviantar a los míos con una mirada de complicidad o con esa palabra que fortalece las dentruras nobles de los que amo. ¡Vamos Perú, no te chupes! Alegría mi cholo. En mi abrazo estarán todos mis corazones; los que son y los que murieron. Allí estaré para ser más felices. Con la alegría de mi pequeña mujercita que hoy más que nunca me sustenta y me da la vida. ¡Vamos peruanos que esta vez sí se puede!