lunes, 28 de octubre de 2013

Mi inquieta tranquilidad

El tiempo; qué cosa más curiosa. Algo que cualquiera aseguraría conocer pero que hasta la fecha nadie ha podido decodificar. Pero entonces ¿Qué coño hago yo preguntándome sobre semejante misterio? 
Una noche como esta, en el 2003, una idea perturbadora trepábame inexorable por la médula, ávida de conquistar mi razón. Estaba a nada de entrar a la tercera década de mi anónima existencia. Ya por ese entonces solía flagelarme con estos temas cruciales. Todavía la resaca de haber vivido un par de años en Lima continuaba erosionando las úlceras de mi exangüe machez. La contundente imagen de aquella mujerona que me ofreció la oportunidad de comérmela, sin más motivos que los que impone la lascivia y el arrebato, seguía persiguiéndome incesante, al punto que me hizo tambalear un mucho en los pantanosos terrenos de mi sexualidad. Menos mal pude descubrir la existencia de la bella Ivonne, que vino a rescatarme de aquel impertinente marasmo psicológico que me afligía en aquellos días y de los que ya empezaba a acostumbrarme.
Pero si gracias a la ludopatía podía escapar de la insignificante realidad que se me venía amenazadora, fueron mis libros y mis programas los que me hicieron afrontar el novedoso estatus de haberme convertido en todo un treinton. Sin embargo, aquellos insulsos cuestionamientos llegaron y se fueron como la noche en que pensé en mi prescindible existencia. No voy a hacer una exposición de mis sustancias en este post - no estoy de humor para auto incineraciones ni tampoco para carnicerías improductivas -
Diez años más de experiencias me han llevado y traído hasta este placentero momento. Éste, en que puedo otearme tranquilo, con el pleno convencimiento que nada fue en vano, en que supe tamizar a mis acompañantes. Nada ni nadie hubiera podido darme algún indicio de lo que viviría a lo largo de mis treintas. Las vidas que viví, los amores que abracé, los placeres en que me deleité, los conocimientos que me permití, el camino que decidí seguir, las risas, los llantos, las satisfacciones, las decepciones y veinte cosas más, todo sumó. A mis cuarenta años siento que ya puedo morir tranquilo. Fui y soy padre, amante, amigo, escritor, cómplice, piedra y abrazo. Estoy conforme con lo que hice, porque me atreví a ser también "quién no debía ser": mal bicho, contestatario, inconformista, enemigo, insidioso, incendiario, intratable, mala yerba, y cien cosas malas más.
Si tengo que seguir respirando dentro de esta asfixiante humareda de mediocridad espero mantenerme firme, atornillado en mi pedacito de planeta en que eché raíces.
Ojalá no sea más de veinte años más, y ojalá que mi partida tenga la misma paz y alegría que ahora ventilan mi respiración. Ahora lo único que quiero es disfrutar de mis amores exultantes.
Bellas tus posturas, bellos tus cachetes, bellos tus gemidos, bella tu decisión de explorarme, bellos y dulces momentos en lo que me descubro.
Nada me sobra. En mi pequeño rincón de ideas y credos he encontrado todo lo que necesito para seguir en mi lucha. Nada me sobra, nada mas quiero.